Este post pertenece a la serie de artículos que exploran ideas extraídas del libro In the Realm of Hungry Ghosts: Close Encounters with Addiction del Dr. Gabor Maté sobre la adicción.

 

¿PASIÓN O ADICCIÓN?

A veces la línea que separa una pasión de una adicción no está tan clara y delimitada como nos gustaría. En un artículo anterior ya mencioné que la adicción no es solo el consumo de drogas, sino que también pueden ser conductas, por ejemplo, uso de tecnología, trabajo, etc.

El Dr. Maté propone varias preguntas para ayudarnos a distinguir entre una pasión y una adicción:

¿Quién está al mando, el individuo o su comportamiento? Una pasión se puede controlar; una pasión obsesiva sin control es una adicción.

¿Está dispuesto a dejarlo, detenerse, dado el daño que se está haciendo a sí mismo y a los demás? Si no puede renunciar al comportamiento o mantener la promesa de hacerlo, es adicción.

¿Se encuentra más cerca o más alejado de sus seres queridos después de realizar su pasión? ¿Se siente satisfecho o vacío? Como podrás suponer… más cerca y satisfecho: pasión. Más alejado y vacío: adicción.

Parafraseando al Autor:

La pasión es generosa; la adicción es egocéntrica. La pasión da y enriquece; la adicción resta y empobrece. La pasión es fuente de verdad e iluminación; la adicción te sumerge en una espiral de mentiras y oscuridad.

Parece fácil distinguir entre una y otra, ¿verdad? Desde fuera, por supuesto. Desde dentro, en pleno vorágine de comportamiento autodestructivo, no tanto. Uno de las fases de la adicción es la negación; es decir, la persona se niega, contraria a toda razón y evidencia, a reconocer que su comportamiento está causando daño, tanto así misma como a los de su alrededor.

¿Qué pueden hacer sus seres queridos o personas de su alrededor? ¿Confrontar? Good luck with that… probablemente se pondrá a la defensiva, se alejará y se aislará del mundo, hundiéndose aún más en la profundidad de su adicción.

Quizás lo único que podamos hacer es esperar y acompañar. Esperar a que los golpes de realidad lo despierten, y acompañar, sin juzgar, en la recuperación. Esperar a que la frecuencia de recaídas disminuya, y a que cada una de ellas sea más breve que la anterior. Y, sobre todo, «cruzar los dedos» para que su red de soporte y acompañamiento no pierda la esperanza y «tire la toalla».